Post by DoctorFausto on Jun 24, 2006 3:39:56 GMT 4
Señor Mario, especialmente dedicado para vostede:
Relazión de los fechos y fazañas de los Cavalleros de Cristo en la muy famosa y grande batalla de Estugarda
Por la presente misiva téngome el privilegio de relatar a Su Magestad Imperial don Juan Carlos I de las Comvnidades Avtonomas de España, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Nápoles y las Dos Sicilias, la muy grata notizia de la gran victoria de las armas cristianas y los verdaderos fechos que acontecieron en tan valeroso lance, a mayor gloria del Altísimo e de los reynos de Su Magestad por los siglos de los siglos.
Sorprendida la Armada de Su Magestad Imperial en traición mahometana, hallábase el campo español en apurado trance desde el inicio, pues los piratas agarenos de Tunicia, merced a deshonrosas artimañas propias de los infieles fijos de Mahoma, así arda por muxos años en el infierno, cobraran ventaja tal que por más esfuerços e travajos de los arrojados soldados de Cristo, comandados por el Sargento Mayor Francisco de Fábregas, todos tornábanse infructuosos y baldíos, cundiendo el desánimo en las filas cristianas. Pues a cada disparo que fazía aqueste Sargento contra el real moro, contestavan aquellos repeliendólo, merced a los ofizios de su capitán, un gigantesco moro que portava una chilaba verde de brillantes colores y que profería el hideputa terribles gritos en su bárbara lengua, el diavlo lo lleve al Tártaro, que gran espanto causavan en las tropas cristianas.
Mas en estas cuitas andava el exército español, en trance de perderse, quando merced a nuestras oraziones, el Altísimo apiadóse de los buenos cristianos, e al punto cubrióse el campo de batalla de gruesas y negras nubes de tormenta. Tremendos rayos y centellas azotaron presto las naos de los suzios corsarios del emir de Tunicia, zozobrando al momento, e abriéndose un claro entre destas, aparecióse ante el capitán mahometano la vera faz del Nuestro Señor Jesucristo, a lo que éste, cayendo de hinojos, comenzare a llorar cual mujerzuela de arrabal, suplicando merced e abjurando de la falsa fe de los ismaelitas. Mas es sabido que el moro es de natural traidor y tornadizo, e que piedad dellos non ha de tenerse, e ya envió el Altísimo desde el Cielo al campeón de los cavalleros cristianos, don Raúl González Matamoros, que reluzía en las alturas cavalgando gallardo un Blanco corcel. E deszendió espada flamígera en mano, dando tan duramente contra los moros, que emprendieron penosa fuga entre aullidos de terror. El capitán tunecino viéndolo, arrojó el cuero lo más lejos que sus braços pudieren, e ansí redoblara sus lágrimas y súplicas ante tan Sagrada visión, pues en su miseria supo al instante del resplandeziente poder del Verbo Verdadero.
E acontezió que en llegándose donde aqueste covarde se hallava, el bizarro capitán González, Hércules de las Españas, girare su tobillo como cantavan las crónicas que fazían los héroes de la Antigüedad, e presto descargó su famosa estocada que dízese del Aguanís, mientras zafábase del abraço de la aguerrida defensa tunecina, quevrando las piernas de aquesta en el trance, al tiempo que fazía el disparo que llaman los getafenses de las Mesetas “a la palanca”. E con tan grande y esforçada fazaña en un instante, alojó el cuero en lo más profundo de la red del Real moro, que non tuvieren aquestos tiempo ni de verlo, derrotando al capitán de la verde chilaba y su apestosa hueste. Pues al punto nuestras tropas se arrojaron con nuevos bríos a la persecuzión de tan covardes filibusteros, desfaziendo su flota e capturando todas sus presas, para gran gloria e infinita dixa de los buenos cristianos de los reynos de las Españas.
Ansí e non de otra manera, fue como las tropas del Maestre de Campo Don Aragonés, Marqués de Zapatones, cobraron dezisiva victoria la jornada de Estugarda, la qual se recordará sin duda en los venideros siglos.
Su Ilustrísima, el Obispo de Talavera, a Diez y Nueve de Junio de Dos Mil y Sei.
Jeje. Pasádeo ben
Relazión de los fechos y fazañas de los Cavalleros de Cristo en la muy famosa y grande batalla de Estugarda
Por la presente misiva téngome el privilegio de relatar a Su Magestad Imperial don Juan Carlos I de las Comvnidades Avtonomas de España, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Nápoles y las Dos Sicilias, la muy grata notizia de la gran victoria de las armas cristianas y los verdaderos fechos que acontecieron en tan valeroso lance, a mayor gloria del Altísimo e de los reynos de Su Magestad por los siglos de los siglos.
Sorprendida la Armada de Su Magestad Imperial en traición mahometana, hallábase el campo español en apurado trance desde el inicio, pues los piratas agarenos de Tunicia, merced a deshonrosas artimañas propias de los infieles fijos de Mahoma, así arda por muxos años en el infierno, cobraran ventaja tal que por más esfuerços e travajos de los arrojados soldados de Cristo, comandados por el Sargento Mayor Francisco de Fábregas, todos tornábanse infructuosos y baldíos, cundiendo el desánimo en las filas cristianas. Pues a cada disparo que fazía aqueste Sargento contra el real moro, contestavan aquellos repeliendólo, merced a los ofizios de su capitán, un gigantesco moro que portava una chilaba verde de brillantes colores y que profería el hideputa terribles gritos en su bárbara lengua, el diavlo lo lleve al Tártaro, que gran espanto causavan en las tropas cristianas.
Mas en estas cuitas andava el exército español, en trance de perderse, quando merced a nuestras oraziones, el Altísimo apiadóse de los buenos cristianos, e al punto cubrióse el campo de batalla de gruesas y negras nubes de tormenta. Tremendos rayos y centellas azotaron presto las naos de los suzios corsarios del emir de Tunicia, zozobrando al momento, e abriéndose un claro entre destas, aparecióse ante el capitán mahometano la vera faz del Nuestro Señor Jesucristo, a lo que éste, cayendo de hinojos, comenzare a llorar cual mujerzuela de arrabal, suplicando merced e abjurando de la falsa fe de los ismaelitas. Mas es sabido que el moro es de natural traidor y tornadizo, e que piedad dellos non ha de tenerse, e ya envió el Altísimo desde el Cielo al campeón de los cavalleros cristianos, don Raúl González Matamoros, que reluzía en las alturas cavalgando gallardo un Blanco corcel. E deszendió espada flamígera en mano, dando tan duramente contra los moros, que emprendieron penosa fuga entre aullidos de terror. El capitán tunecino viéndolo, arrojó el cuero lo más lejos que sus braços pudieren, e ansí redoblara sus lágrimas y súplicas ante tan Sagrada visión, pues en su miseria supo al instante del resplandeziente poder del Verbo Verdadero.
E acontezió que en llegándose donde aqueste covarde se hallava, el bizarro capitán González, Hércules de las Españas, girare su tobillo como cantavan las crónicas que fazían los héroes de la Antigüedad, e presto descargó su famosa estocada que dízese del Aguanís, mientras zafábase del abraço de la aguerrida defensa tunecina, quevrando las piernas de aquesta en el trance, al tiempo que fazía el disparo que llaman los getafenses de las Mesetas “a la palanca”. E con tan grande y esforçada fazaña en un instante, alojó el cuero en lo más profundo de la red del Real moro, que non tuvieren aquestos tiempo ni de verlo, derrotando al capitán de la verde chilaba y su apestosa hueste. Pues al punto nuestras tropas se arrojaron con nuevos bríos a la persecuzión de tan covardes filibusteros, desfaziendo su flota e capturando todas sus presas, para gran gloria e infinita dixa de los buenos cristianos de los reynos de las Españas.
Ansí e non de otra manera, fue como las tropas del Maestre de Campo Don Aragonés, Marqués de Zapatones, cobraron dezisiva victoria la jornada de Estugarda, la qual se recordará sin duda en los venideros siglos.
Su Ilustrísima, el Obispo de Talavera, a Diez y Nueve de Junio de Dos Mil y Sei.
Jeje. Pasádeo ben